sábado, diciembre 18, 2010

El día que Quetzalcóatl fue Santa Claus.

El último jueves de noviembre de 1930, apareció en la primera plana de los diarios de mayor circulación nacional una noticia navideña: «Quetzalcóatl será el símbolo de la Navidad en nuestro país». El licenciado Carlos Trejo y Lerdo de Tejada, promotor oficial de la idea y subsecretario de Educación, explicaba a la prensa: «Ayer tuve el honor de comer con el señor Presidente de la República [Pascual Ortiz Rubio] y durante la comida acordamos la conveniencia de substituir las tradiciones extranjeras que nos han impuesto […]: será substituido el símbolo de Noel o Santa Claus por el de Quetzalcóatl, divinidad que sí es mexicana». "Pero -preguntaron los periodistas-, ¿qué se busca con este cambio?" A lo que el funcionario contestó: «engendrar en el corazón del niño amor por nuestra cultura y nuestra raza».

No es mentira, fue la puritita verdad, esa increíble idea de mezclar culturas, de fusionarlas de la peor manera posible porque, se celebra la natividad de Cristo, es la fiesta del Cristianismo, ¿cómo celebrarlo con un Dios prehispánico? es inconcebible, ya lo hicieron con la Virgen dejen a Quetzalcóatl en paz.

Pero la defensa oficial de Quetzalcóatl como el nuevo Santa Claus fue implacable. Periodistas, políticos e intelectuales esgrimieron razones contundentes a cada reticencia para sustituir al «exótico» viejito. Según sus defensores, el mítico héroe reunía todas las virtudes: era sabio, civilizador, artista, honesto, pacífico, divino y hasta cristiano, pues no se había olvidado la sospecha de que realmente fuera el mismísimo Santo Tomás, quien habría evangelizado a los indígenas americanos antes que la corona española.

Se apeló al sentido común: ¿Cómo podían sentirse identificados los niños mexicanos con un «anciano vestido de pieles, señor de un trineo que se desliza sobre la nieve», de claro tipo «sajón o ruso» e «inmune al hollín de las chimeneas»? En México, un país «donde sólo existe la nieve en las neverías, donde los hombres visten telas delgadas y caminan a bordo de caballos, automóviles o ferrocarriles, pero jamás en trineos», era una insensatez la adopción de Santa Claus.

Aún con todo en contra, burla e indiferencia, el proyecto oficial siguió adelante y el 23 de diciembre de ese año se celebró el anunciado festival en el Estadio Nacional, donde Quetzalcóatl entregaría dulces, regalos y sweaters rojos a 15 mil niños mexicanos. Para la ceremonia se construyó una «imitación del templo donde Quetzalcóatl recibía el homenaje de su tribu» y se invitó a delegaciones de la Cruz Roja, la Asociación de Portección a la Infancia, todo el cuerpo diplomático, al gabinete gubernamental y al Presidente y su distinguida esposa.

Muy pronto, relatan las crónicas, «el templo estaba materialmente lleno de aztecas, indios, chinas poblanas, sacerdotes» que, al son de los tambores, «bailaban rítmicamente». Quetzalcóatl cumplió con su encomienda, repartió regalos a miles de niños y, al ritmo de los acordes del Himno, la ceremonia se dio por concluida. Los honorables invitados se retiraron y, después de esa Navidad de 1930, el «Santa Claus Mexicano» nunca más volvió a ver a niños subir por la escalinata de su Templo, en busca de los regalos que salían de su ayate divino.


Y así amigos míos se tiene registrada en la historia aquel inverosímil día en que uno de los más importantes dioses de nuestros ancestros salvó la Navidad.


fuentes y más info | Sepiensa.org.mx | elhijodelanavarte | el5infierno


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