No recuerdo el año exacto en que estas maravillas cuadradas entraron en mi vida y en la de muchos de mis amigos de aquel entonces, pero recuerdo que fue la brecha entre los que fuimos populares (por algunos días) y los que no. Crueldad de niños en su máxima expresión.
Realmente no era nada del otro mundo, solo contaba con dos botones, posiblemente no podías meterlo al agua, no tenía luz, no cronometraba tus tiempos de ir al baño ni te daba la hora de Japón, pero si lo tenías en tu muñeca, amigo, eras el puto rey de la escuela.
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