jueves, noviembre 19, 2009

Mis y sus padres: Joaquín Sabina.

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No recuerdo exactamente como fue, sólo sé que desde ese día que lo escuché por primera vez dejó una semilla en mi, así como me considero una persona hecha a base de muchas semillas o recuerdos de ideologías truncas, amistades de niñez perdidas, guitarras distorcionadas, ex novias que me han olvidado, roqueros de medio pelo, letras en cuadernos de secundaria, sueños de juventud imposibles y un sin fin de lista más, Joaquín Sabina es uno de los artistas que más he escuchado y siempre le encuentro algo nuevo. Sus letras, los versos, las canciones. Es un tipo que hace lo que quiere y como quiere, es ser brillante y sencillo a la vez, vulgar y el más elegante al mismo tiempo.

Hablar de Sabina no es fácil, es un tipo que escribe poesía en canciones y canciones de poesía, recita y canta con esa particular voz característica, ha publicado catorce discos de estudio, cuatro en directo y tres recopilatorios y colaborado con distintos artistas cantando dúos y realizando muchas otras colaboraciones.
Algunas de sus canciones ya son himnos de cantina, las favoritas de un padre de familia, de un adolescente o de una dama.

Todos hemos escuchado alguna rola de el flaco y no tengo nada más que decir que: ¡Sabina eres grande!


Los discos más significativos y en los que Sabina alcanza la cumbre de su barroquismo por encima del resto de álbumes de su discografía son Yo, mí, me, contigo y 19 días y 500 noches. En el primero, porque ha sido atiborrado deliberadamente de lecturas en clave, y en el segundo, porque se muestra definitivamente dueño de sus recursos de estilo. El título del disco Yo, mí, me, contigo revela la metatextualidad consciente de Sabina, ya que enuncia los pronombres de primera persona del singular y los contrapone con uno de la segunda persona en último lugar, elaborando un juego de palabras.

Contigo:


Así estoy yo sin tí:


Sólo dos rolitas del Sabina.

Saludos.

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